martes, 6 de agosto de 2013

EN BUSCA DE LA LIBERTAD MENTAL, por Rhodea Blason

    Eliana se pregunta por qué se imagina escenas de una película en que un reo muere acribillado. Su mente gira intermitentemente en busca de nuevas ideas, pero no puede quitarse la imagen de la muerte de su cerebro, como si los fotogramas del filme visto hace tantos años, permanecieran impenitentemente en su cabeza.
    Las imágenes del preso muerto aparecen recurrentemente. Le puede tocar, si estira su brazo; le puede gritar, si alza la voz, ....pero duda enormemente sobre si puede sentirla u oírla. Desde que había visto aquella muerte su vida había cambiado destructoramente. Sus múltiples heridas autoinfringidas en los antebrazos, en sus piernas y, demás partes de su cuerpo, así lo acreditaban. En la obscuridad de su hermética habitación soñaba, pero su mente no le producía escenas alegres.
    Oyó el ruido de un cerrojo al descorrerse. La puerta se abrió y se encontró directamente enfrentada a un hombre pequeño y vestido de un blanco impoluto. Era su médico. Ella lo odiaba ciegamente por no ser capaz de sacarla de aquella cárcel que le creaban sus sentimientos. Se irguió lentamente de la silla que la mantenía sentada, la agarró por la parte superior y gritando y corriendo le clavó dos pies del taburete en su fofa barriga en busca de su libertad mental.

Escrito por Rhodea Blason

miércoles, 10 de julio de 2013

Cruzar, de Mariana Romo-Carmona


Cruzando el gran portalón se sintieron dos certeros tiros que le dejaron allí tendido al sol. La conciencia encadenada al cuerpo fláccido del prisionero se desprende cual tela adhesiva de sus carnes, empujando el mejunje de maldad podrida y detrito humano para erguirse en la atmósfera salpicada de sangre que rodea al cadáver. El tiempo se ha detenido con un chirriar de frenos. Libres, las burbujas de la conciencia restante se dispersan entre las moléculas de oxígeno que suben hasta alcanzar la corriente que las mezcla en las nubes con moléculas de hidrógeno millares de veces en un ciclo de lluvia, mar y río.
            Tiempo, silencio, inmovilidad casi perpetua. En la ciudad de Los Angeles nace un crío de fuertes pulmones, ojos pardos, alma antigua. En otra parte de la ciudad una escritora se rasca la cabeza buscando el hilo melódico de una narrativa que se le escapa hace días. Desde su despacho, Eliana oye los pasos de Susana que se acercan.
            --¿Tienes hambre, amor? Te traje pan con tomate y queso y un café con leche...—
            --Mmm, qué rico. ¿Cómo sabías?-- Susana deja la bandeja sobre el escritorio y abraza a Eliana, cubriéndole la frente de besos.
            --Soy adivina. Y, ¿cómo va ese cuento?
            --¡Es un desastre! No se me viene a la mente nada más que imágenes en blanco y negro.

            Atardece. El horizonte se enciende en una hojarasca. Eliana se pregunta por qué se imagina escenas de una película en que un reo muere acribillado.

lunes, 6 de mayo de 2013

LA CARCEL, de Rhodea Blason

    Fueron días de sol y noches de acción para disfrutar su libertad. Su mente tenía presente este pensamiento en el momento en el que cruzaba la primera gran puerta de acceso a la prisión en donde estaría confinado las próximas 45 primaveras de su vida. Ahora, aunque mantuviese la cabeza alta, comenzaba a sentir miedo. No de lo que había hecho anteriormente, sino de los largos y duros años que le esperaban para vivir en un lugar inhóspito, lleno de incógnitas y en el que nunca creyó que acabase encerrado.¡Vivió a tope! ¡No le asustaban los peligros que le pudiesen acechar cuando estaba bebido, drogado o haciendo las cosas más deplorables que nadie pudiese imaginar! Llegando a la segunda puerta, la que daba paso definitivamente a la cárcel se acordó de su sufrida madre, a quien acuchilló impasiblemente por el poco dinero que guardaba para el pan de la semana. Arrastraba los pies atados a una gruesa cadena que sólo le permitía dar pasos cortos y que a su vez ataba fuertemente sus manos a su espalda. El peor error que había cometido en su vida había sido el de violar y matar a una loca joven que buscaba nuevas sensaciones. Cuando ella le pedía más coca él se la dio, la vio quedarse indefensa por la sustancia que la penetró bestialmente hasta que se dio cuenta de que ella no se movía. Cuando llegó la policía descubríó atemorizado que era la única hija del  alcaide del penal de la Roche. Cruzando el gran portalón se sintieron dos certeros tiros que le dejaron allí tendido al sol.

viernes, 3 de mayo de 2013

Días de sol


Su querida familia se había ido ya de crucero. No les echaría de menos porque… bueno, no iba a ser mucho tiempo, y tenía pensamientos muy bonitos de su futuro cercano, ahí, en el mar. Y él, sólo en casa, tenía unos planes ilusionadores, con sus 25 años, esa chica tan maja con la que salía y sus buenos amigos. Todos estaban de vacaciones, y el tiempo era muy bueno… bueno, eso, que el sentimiento era el de estar de vacaciones. Cada día de esa época hicieron una cosa. Eran una panda algo curiosa porque no se centraban en algo y ya está como tantos. Fueron al cine, a la playa, a garitos de distintos lugares, al parque… el cielo era azul intenso. Por casa se pasó algún día esa chica, que no sabía muy bien cuándo ni cómo había entrado en su vida y que parecía que ya estaba poniendo la casa a su gusto jajajaj. Él pensaba para sí mismo que parecía que también estaba de crucero. Se dejaron ver por la ciudad sin ninguna vergüenza. Fueron días de sol y noches de acción para disfrutar su libertad.

viernes, 15 de febrero de 2013

IRONIAS DE LA VIDA

Había sufrido un infarto en la soledad de una fría habitación de hotel. Los síntomas eran inconfundibles para un cardiólogo dedicado a la profesión durante más de treinta años: comenzó a sentir una fuerte taquicardia en el cuello a la vez que sufría una enorme presión en la mandíbula que le irradiaba hacia la espalda en forma de pinchazo, y que le hizo desplomarse súbitamente al suelo. Entonces, sus sentidos se pusieron rápidamente en una pavorosa alerta reconociendo rápidamente la ingrata enfermedad. No era capaz de moverse y el móvil lo había colocado cuidadosamente sobre la mesilla y no podía alcanzarlo. El aire no llegaba a sus pulmones por mucho que intentaba abrir la boca en su busca, y esa dificultad en la respiración le provocó un aterrador acceso de tos que le hizo pensar en el final de su vida. Había indicado en recepción que no le molestasen, ya que había viajado todo el día para acudir al Congreso Nacional de Cardiología, y quería repasar los apuntes de su ponencia sobre "Nuevas terapias en las enfermedades coronarias". Ni siquiera había bajado al comedor a cenar por una inusual sensación de ganas de vomitar que le oprimía el estómago. Creyó que sólo eran los nervios propios de ser uno de los principales disertadores del Congreso. ¡Qué ironía, iba a morir en un hotel cuyas habitaciones estaban ocupadas en su totalidad por cardiólogos!. Nunca había hecho excesos, se cuidaba y hacía regularmente ejercicio físico. Su vida era sana, pero la estaba perdiendo aceleradamente. Sudaba frío y sintió que la vida se le iba. Se resignó dedicándole sus últimos pensamientos a su querida familia.

miércoles, 6 de febrero de 2013

Justo antes de bajarse el telón, lentamente con aquella pesada cretona color beige y granate, rematada con cristales de swarovsky que reflejaban en distintos colores la luz que entraba por el diminuto ventanal situado en la parte alta de la estancia, se oyó el sonido del fino cristal al chocar contra el suelo de mármol negro, seguido del sordo ruido que hace un cuerpo al desplomarse. En aquel momento el encargado de organizar la fiesta de cumpleaños del magnate Olivier Tunsent sintió pavor. Le corrían las gotas de sudor por su espalda. Era el responsable del dispositivo de seguridad de la fiesta. Apenas había veinticinco personas y su jefe yacía tirado en el suelo después de beber champán francés. Sólo se le ocurrió blindar la estancia en la que se encontraban y no permitir que nadie saliese ni entrase. Otro ruido semejante al anterior. En el suelo permanecía una mujer rubia. Y otro, y otro,....alguien habría envenenado el champán. ¡Qué horror!. El también lo había tomado. El sudor aumentaba y no podía controlar su miedo. Le dolía el pecho y apenas podía respirar. De pronto, como en un sueño, vio a su jefe levantarse y reirse a carcajadas, al igual que las personas que habían estado tiradas en el suelo, pero para él ya era tarde. Había sufrido un mortal infarto.

Escrito por: Encendida Libertad

martes, 5 de febrero de 2013

EL TEATRO

    Atravesaba su alma con imperiosa necesidad. Los sentimientos que afloraban eran profundos, alegría, pasión, tristeza, emoción, ... Nunca creyeron conmoverse de aquella manera: sus ojos fijos, sobre las figuras móviles con impresionante precisión, elegantes con sus trajes brillantes, llenos de lentejuelas, y de época, y que con cada palabra que pronunciaban les hacían fluir más rápidamente su sangre por las venas. ¡Qué maravilla! El poder de las palabras llegan más allá del corazón, te atraviesan el alma sin necesidad de complemento alguno. Es el Teatro, un arte maravilloso. Pero el teatro también es vida; y también lo es la vida. La pareja que desde el palco miraba emocionada la representación, sintió la orquesta tocar en el punto más álgido de la obra y comenzó a aplaudir, al igual que el resto del público asistente. Era la primera vez que acudían al teatro, permanecieron prácticamente todo el tiempo con las manos entrelazadas, y sus cabezas muy juntas. ¡Sintiendo!. ...Pero sus ojos se llenaron de lágrimas cuando la actriz principal, en una excelsa actuación, se desplomó moribunda en los brazos de su amado, justo antes de bajarse el telón.
Rhodea Blasón

sábado, 2 de febrero de 2013

El desván

Estaba ciega. Había mirado tan fijamente la luz proyectada en el espejo que su vista, lejos de soportarlo, se desmayó. Comenzaba a recuperarse, veía manchas negras y grises en derredor, conseguía discernir algunas formas del mobiliario viejo y polvoriento de aquel desván.
Minutos después ya había llegado a distinguir los trazos de colores que se interponían indirectamente entre los rayos de luz dorada que emitía su linterna.

Recordaba perfectamente donde estaba y que no debía andar por allí: la casa abandonada de los Olmedo tenía sus leyendas propias en el pueblo. Sin embargo, allí estaba, arrastrando su cuerpo de habitación en habitación hasta llegar a aquel mugriento desván, donde apenas las herrumbrosas ventanas permitían el paso a la escasa luz de la noche.

Se había atrevido a entrar allí, pero ahora no tenía valor suficiente para volver a dirigir su mirada al enorme espejo que centraba el espacio de la estancia. Todo en él daba escalofríos: las figuras talladas en su marco, el reflejo de la habitación en su interior, la verdad que mostraba su esencia.
Ana volvió a posar su mirada lentamente donde debía cruzarla con su yo encerrado en aquel objeto, pero nuevamente no vio nada. No estaba allí, sólo conseguía ver reflejada la luz que atravesaba su alma.

NO AGUANTES MAS

    Deseó que otra persona ocupase su lugar en aquel matrimonio. Después de tantos años de vivir juntos, ahora que los hijos ya no estaban en casa, comprendía lo vacía que estaba su vida. Quería convertirse en otra mujer: en una que pudiese valerse por sí misma económica e intelectualmente. Su marido nunca estaba con ella, siempre tenía "compromisos"....Y en el fondo, la esposa así lo prefería. Se había casado demasiado joven y el hombre elegido no era lo que parecía: no le dejaba expresar sus inquietudes, no la llevaba con él a ningún sitio, pero tampoco la dejaba ir sola, no le daba suficiente dinero para la casa ni para ella, ...y, de vez en cuando, le ponía la mano encima "porque no sabes lo que tienes qué hacer". ¡Qué personaje! Tarde se daba cuenta, pero mientras se dedicó a la crianza de sus hijos, estaba ciega.

jueves, 31 de enero de 2013

En un recodo de la carretera


 El ciclista trató de auxiliarla, pero ella ya no estaba. Había pasado apenas un minuto antes pedaleando como un loco, ajustando aerodinámicamente su cuerpo y aprovechando la leve inclinación a su favor y, en un recodo de la carretera, la había visto: una mujer con aspecto de haberse extraviado, con miedo en la mirada y con ambos brazos extendidos en clara señal de estar solicitando ayuda. El ciclista reaccionó rápidamente, frenó y dio la vuelta, pero al regresar al recodo, ella ya no estaba allí. Se bajó de la bicicleta, observando a su alrededor. El suelo estaba revuelto, con huellas de pisadas recientes, aunque no parecían seguir una dirección concreta. Tras revisar el lugar durante unos segundos, decidió marcharse de allí, pensando que quizás había sufrido algún tipo de alucinación. Se giró, para recoger la bicicleta del suelo, y entonces se dio cuenta de que no podía moverse. Cuando intentaba andar, desplazarse en una y otra dirección, el aire parecía oprimirle con fuerza, impidiéndole cualquier mínimo avance. Lo intentó hacia ambos lados, dándose la vuelta, saltando, arrastrándose por el suelo... todo de forma infructuosa. Estaba atrapado en una especie de campo de fuerza invisible que le retenía contra su voluntad... A lo lejos, vio acercarse un coche. Entonces levantó los brazos, pidiendo auxilio, y deseó que otra persona ocupara su lugar.


Escrito por Igor Rodtem

LA DESPEDIDA

"Sigue tu camino, los sueños se alcanzan, persevera en tus objetivos y sé firme en lo que deseas", fueron sus últimas palabras antes de coger la pesada y anticuada maleta para girarse y subir las escaleras del tren que le llevaría muy lejos de ella. En el vagón, antes de colocar el equipaje, pegó su cara al cristal de la ventanilla, para ver nuevamente aquella cara tan bella, por la que resbalaban lágrimas de tristeza sin parar. La mujer se acercó con la mano levantada para despedirse de él. No vio la bicicleta que a gran velocidad circulaba por el andén y que la arrolló, en el mismo minuto en el que el tren comenzaba su largo recorrido. El hombre que viajaba se quedó paralizado y veía la escena a cámara lenta, cada vez más lejana desde aquella mugrienta ventanilla. El ciclista trató de auxiliarla, pero ella ya no estaba.

miércoles, 30 de enero de 2013

Siento ritmo, y con esto me basta, la mulata murmuró para si, mientras se alejaba de la cocina, dejando plantada a su madre con el repasador en la mano, un vaso a medio secar y la cara de escepticismo con que la miraba cada vez que discutían sobre su futuro. El bolso ya estaba listo desde la noche anterior, en realidad, desde hacía muchas noches, pero por una cosa o la otra, aún no había tomado la decisión. Una vida de servidumbre dedicadas a otros, o una vida hecha a su manera, contorneada desde la cadencia rítmica de sus caderas, honrando a sus ancestros. Una vida perpetuando la creencia de inferioridad o una vida rescatando la historia de melodías arcaicas, sufridas, eternas. Con el malestar en el cuerpo todavía, puso play en su equipo y se echó a la cama, el sonido salió suave pero vibrante, la mulata cerró los ojos y se le escapó una lágrima, la cantante había entonado..."sigue tu camino, los sueños se alcanzan"

martes, 29 de enero de 2013

Cada uno tiene su forma de ver el mundo, el mundo, el mundo. En una astilla de luz, una carcajada de asombro, y un salto de amor por sentirnos libres de vivir sin fines. Sin límites. Bailando tus formas en una sonrisa libre, mírame. No hay más verdad que mi oleaje de sueños y miedos y miedos y sueños en la lenta pasarela de tiempo ensamblada entre un brillo singular en tus ojos o el relieve sexual de tus caderas. ¿Quién quiere ser el dios de todo esto, quién quiere las cadenas sangrantes del insomnio? Yo sólo miro que amo no saber lo que miro, y el sol rojo potente sonríe mi vida. Siento ritmo, y con esto me basta.

Escrito por Hugo Molina.