sábado, 2 de febrero de 2013

El desván

Estaba ciega. Había mirado tan fijamente la luz proyectada en el espejo que su vista, lejos de soportarlo, se desmayó. Comenzaba a recuperarse, veía manchas negras y grises en derredor, conseguía discernir algunas formas del mobiliario viejo y polvoriento de aquel desván.
Minutos después ya había llegado a distinguir los trazos de colores que se interponían indirectamente entre los rayos de luz dorada que emitía su linterna.

Recordaba perfectamente donde estaba y que no debía andar por allí: la casa abandonada de los Olmedo tenía sus leyendas propias en el pueblo. Sin embargo, allí estaba, arrastrando su cuerpo de habitación en habitación hasta llegar a aquel mugriento desván, donde apenas las herrumbrosas ventanas permitían el paso a la escasa luz de la noche.

Se había atrevido a entrar allí, pero ahora no tenía valor suficiente para volver a dirigir su mirada al enorme espejo que centraba el espacio de la estancia. Todo en él daba escalofríos: las figuras talladas en su marco, el reflejo de la habitación en su interior, la verdad que mostraba su esencia.
Ana volvió a posar su mirada lentamente donde debía cruzarla con su yo encerrado en aquel objeto, pero nuevamente no vio nada. No estaba allí, sólo conseguía ver reflejada la luz que atravesaba su alma.

No hay comentarios:

Publicar un comentario