viernes, 15 de febrero de 2013

IRONIAS DE LA VIDA

Había sufrido un infarto en la soledad de una fría habitación de hotel. Los síntomas eran inconfundibles para un cardiólogo dedicado a la profesión durante más de treinta años: comenzó a sentir una fuerte taquicardia en el cuello a la vez que sufría una enorme presión en la mandíbula que le irradiaba hacia la espalda en forma de pinchazo, y que le hizo desplomarse súbitamente al suelo. Entonces, sus sentidos se pusieron rápidamente en una pavorosa alerta reconociendo rápidamente la ingrata enfermedad. No era capaz de moverse y el móvil lo había colocado cuidadosamente sobre la mesilla y no podía alcanzarlo. El aire no llegaba a sus pulmones por mucho que intentaba abrir la boca en su busca, y esa dificultad en la respiración le provocó un aterrador acceso de tos que le hizo pensar en el final de su vida. Había indicado en recepción que no le molestasen, ya que había viajado todo el día para acudir al Congreso Nacional de Cardiología, y quería repasar los apuntes de su ponencia sobre "Nuevas terapias en las enfermedades coronarias". Ni siquiera había bajado al comedor a cenar por una inusual sensación de ganas de vomitar que le oprimía el estómago. Creyó que sólo eran los nervios propios de ser uno de los principales disertadores del Congreso. ¡Qué ironía, iba a morir en un hotel cuyas habitaciones estaban ocupadas en su totalidad por cardiólogos!. Nunca había hecho excesos, se cuidaba y hacía regularmente ejercicio físico. Su vida era sana, pero la estaba perdiendo aceleradamente. Sudaba frío y sintió que la vida se le iba. Se resignó dedicándole sus últimos pensamientos a su querida familia.

miércoles, 6 de febrero de 2013

Justo antes de bajarse el telón, lentamente con aquella pesada cretona color beige y granate, rematada con cristales de swarovsky que reflejaban en distintos colores la luz que entraba por el diminuto ventanal situado en la parte alta de la estancia, se oyó el sonido del fino cristal al chocar contra el suelo de mármol negro, seguido del sordo ruido que hace un cuerpo al desplomarse. En aquel momento el encargado de organizar la fiesta de cumpleaños del magnate Olivier Tunsent sintió pavor. Le corrían las gotas de sudor por su espalda. Era el responsable del dispositivo de seguridad de la fiesta. Apenas había veinticinco personas y su jefe yacía tirado en el suelo después de beber champán francés. Sólo se le ocurrió blindar la estancia en la que se encontraban y no permitir que nadie saliese ni entrase. Otro ruido semejante al anterior. En el suelo permanecía una mujer rubia. Y otro, y otro,....alguien habría envenenado el champán. ¡Qué horror!. El también lo había tomado. El sudor aumentaba y no podía controlar su miedo. Le dolía el pecho y apenas podía respirar. De pronto, como en un sueño, vio a su jefe levantarse y reirse a carcajadas, al igual que las personas que habían estado tiradas en el suelo, pero para él ya era tarde. Había sufrido un mortal infarto.

Escrito por: Encendida Libertad

martes, 5 de febrero de 2013

EL TEATRO

    Atravesaba su alma con imperiosa necesidad. Los sentimientos que afloraban eran profundos, alegría, pasión, tristeza, emoción, ... Nunca creyeron conmoverse de aquella manera: sus ojos fijos, sobre las figuras móviles con impresionante precisión, elegantes con sus trajes brillantes, llenos de lentejuelas, y de época, y que con cada palabra que pronunciaban les hacían fluir más rápidamente su sangre por las venas. ¡Qué maravilla! El poder de las palabras llegan más allá del corazón, te atraviesan el alma sin necesidad de complemento alguno. Es el Teatro, un arte maravilloso. Pero el teatro también es vida; y también lo es la vida. La pareja que desde el palco miraba emocionada la representación, sintió la orquesta tocar en el punto más álgido de la obra y comenzó a aplaudir, al igual que el resto del público asistente. Era la primera vez que acudían al teatro, permanecieron prácticamente todo el tiempo con las manos entrelazadas, y sus cabezas muy juntas. ¡Sintiendo!. ...Pero sus ojos se llenaron de lágrimas cuando la actriz principal, en una excelsa actuación, se desplomó moribunda en los brazos de su amado, justo antes de bajarse el telón.
Rhodea Blasón

sábado, 2 de febrero de 2013

El desván

Estaba ciega. Había mirado tan fijamente la luz proyectada en el espejo que su vista, lejos de soportarlo, se desmayó. Comenzaba a recuperarse, veía manchas negras y grises en derredor, conseguía discernir algunas formas del mobiliario viejo y polvoriento de aquel desván.
Minutos después ya había llegado a distinguir los trazos de colores que se interponían indirectamente entre los rayos de luz dorada que emitía su linterna.

Recordaba perfectamente donde estaba y que no debía andar por allí: la casa abandonada de los Olmedo tenía sus leyendas propias en el pueblo. Sin embargo, allí estaba, arrastrando su cuerpo de habitación en habitación hasta llegar a aquel mugriento desván, donde apenas las herrumbrosas ventanas permitían el paso a la escasa luz de la noche.

Se había atrevido a entrar allí, pero ahora no tenía valor suficiente para volver a dirigir su mirada al enorme espejo que centraba el espacio de la estancia. Todo en él daba escalofríos: las figuras talladas en su marco, el reflejo de la habitación en su interior, la verdad que mostraba su esencia.
Ana volvió a posar su mirada lentamente donde debía cruzarla con su yo encerrado en aquel objeto, pero nuevamente no vio nada. No estaba allí, sólo conseguía ver reflejada la luz que atravesaba su alma.

NO AGUANTES MAS

    Deseó que otra persona ocupase su lugar en aquel matrimonio. Después de tantos años de vivir juntos, ahora que los hijos ya no estaban en casa, comprendía lo vacía que estaba su vida. Quería convertirse en otra mujer: en una que pudiese valerse por sí misma económica e intelectualmente. Su marido nunca estaba con ella, siempre tenía "compromisos"....Y en el fondo, la esposa así lo prefería. Se había casado demasiado joven y el hombre elegido no era lo que parecía: no le dejaba expresar sus inquietudes, no la llevaba con él a ningún sitio, pero tampoco la dejaba ir sola, no le daba suficiente dinero para la casa ni para ella, ...y, de vez en cuando, le ponía la mano encima "porque no sabes lo que tienes qué hacer". ¡Qué personaje! Tarde se daba cuenta, pero mientras se dedicó a la crianza de sus hijos, estaba ciega.