Eliana se pregunta por qué se imagina escenas de una película en que un reo muere acribillado. Su mente gira intermitentemente en busca de nuevas ideas, pero no puede quitarse la imagen de la muerte de su cerebro, como si los fotogramas del filme visto hace tantos años, permanecieran impenitentemente en su cabeza.
Las imágenes del preso muerto aparecen recurrentemente. Le puede tocar, si estira su brazo; le puede gritar, si alza la voz, ....pero duda enormemente sobre si puede sentirla u oírla. Desde que había visto aquella muerte su vida había cambiado destructoramente. Sus múltiples heridas autoinfringidas en los antebrazos, en sus piernas y, demás partes de su cuerpo, así lo acreditaban. En la obscuridad de su hermética habitación soñaba, pero su mente no le producía escenas alegres.
Oyó el ruido de un cerrojo al descorrerse. La puerta se abrió y se encontró directamente enfrentada a un hombre pequeño y vestido de un blanco impoluto. Era su médico. Ella lo odiaba ciegamente por no ser capaz de sacarla de aquella cárcel que le creaban sus sentimientos. Se irguió lentamente de la silla que la mantenía sentada, la agarró por la parte superior y gritando y corriendo le clavó dos pies del taburete en su fofa barriga en busca de su libertad mental.
Escrito por Rhodea Blason
Las imágenes del preso muerto aparecen recurrentemente. Le puede tocar, si estira su brazo; le puede gritar, si alza la voz, ....pero duda enormemente sobre si puede sentirla u oírla. Desde que había visto aquella muerte su vida había cambiado destructoramente. Sus múltiples heridas autoinfringidas en los antebrazos, en sus piernas y, demás partes de su cuerpo, así lo acreditaban. En la obscuridad de su hermética habitación soñaba, pero su mente no le producía escenas alegres.
Oyó el ruido de un cerrojo al descorrerse. La puerta se abrió y se encontró directamente enfrentada a un hombre pequeño y vestido de un blanco impoluto. Era su médico. Ella lo odiaba ciegamente por no ser capaz de sacarla de aquella cárcel que le creaban sus sentimientos. Se irguió lentamente de la silla que la mantenía sentada, la agarró por la parte superior y gritando y corriendo le clavó dos pies del taburete en su fofa barriga en busca de su libertad mental.
Escrito por Rhodea Blason